viernes, 2 de agosto de 2013

Enfermedad

La enfermedad de mi esposa sigue su curso de forma lenta pero inevitable. Estamos notando las cuidadoras y yo, las que están más tiempo con ella, que sus piernas empiezan a flaquear y que cada vez le cuesta más levantarse cuando está sentada o en la cama. Espero que este deterioro sea lento aunque sé que es progresivo. Me preocupa tener que trasladarla de un lugar a otro en silla de ruedas en especial cuando tenga que ir al baño par hacer sus necesidades o para la ducha o aseo. Mientras pueda seguiré con ella con el fin de ayudarla en todo lo que sea necesario pero los esfuerzos personales en su cuidado tienen un límite. La decisión es solamente mía y me gustaría retrasarla sine die aunque eso resulte imposible. Cuando llegue este momento la decisión puede pasar pos dos opciones, que se quede en casa con ayuda de una persona contratada día y noche o varias personas que se turnen o bien ingresarla e una residencia cercana ya sea privada, concertada o pública. No quiero torpedear mi cabeza con pensamientos prematuros pero tengo que tener el ánimo preparado para cuando llegue el momento. Hoy una amiga me ha dicho que con toda la carga que llevo es de admirar el ánimo, el buen humor y todo el trabajo que estoy realizando para Carmen. Le he contestado que no queda otra opción que asumir la realidad sabiendo renunciar a viajes, restaurantes, vacaciones, cines,  
terrazas veraniegas... con el fin de aportar un cuidado amoroso y delicado a mi esposa ahora que me necesita después de 32 años de matrimonio. Cuando hay amor los sacrificios se convierten en oro. A estas alturas de mi vida no puedo defraudarla. Sé que ella a su manera también me ama.

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